sábado, 23 de agosto de 2008

Entrevista a Lucrecia Martel

La percepción domesticada
Susana Rodríguez
lunes, 11 de agosto de 2008

La cineasta salteñaEntrevista a Lucrecia Martel. En la riqueza y variedad de las perspectivas reside el encanto de la vida, precisamente lo que el pensamiento unicista y uniformador pretende borrar para imponer normas comunes.Lucrecia Martel presentó el jueves 7 de agosto en Salta su último filme, La mujer sin cabeza, y sostuvo un diálogo con su público este sábado 9, en la sala “Juan Carlos Dávalos” de la Casa de la Cultura. Si el encuentro fue pensado por la programación de la Semana de Cine Argentino como una charla de la cineasta, fracasó, porque ella se negó a ocupar la silla preparada en el escenario y se quedó junto a nosotros a la espera de nuestras preguntas. Por cierto que fue muy grande la variedad de cuestiones que los concurrentes pusieron en el tapete. Desde los procedimientos técnicos (evidenciados sobre todo en el último filme) hasta qué significa el cine de Salta en el orden nacional, pasando por lo que sería filmar la “actualidad”, el significado de ciertas recurrencias tales como la pileta de natación, la música de Cafrune y de Los lirios salteños, la crítica a una religiosidad estrecha, el problema del género, entre otras demandas e inquietudes de los presentes.RecurrenciasUna de las preguntas -a que siempre se ve sometida Martel y que no faltó en esta ocasión- es la de cuales son sus referencias fílmicas y sus directores preferidos. Como en muchas entrevistas anteriores, ella respondió que no fue una joven cinéfila (de su adolescencia salteña recuerda tan sólo La dama de las camelias, vista en el legendario Cine Arte). “Son los relatos orales y las conversaciones oídas en los ámbitos familiares” los que nutrieron su cine. Luego de la charla, en la entrevista, reflexionó sobre la fuerza que tiene en la sociedad la idea de que lo que hace un director de cine debe ser necesariamente el producto de la influencia de otros, del genio o de la habilidad para negociar. Ella rechaza esa idea y dice que “No existe cantera mayor donde acopiar tramas narrativas que los relatos orales que escuchamos a diario”. Le digo que de algún modo el escritor, el cineasta, tienen oído y visión afinados, lo que les permite estar atentos a lo que para los demás pasa desapercibido. Ella asiente, pero indica que no cree que eso signifique ser “especial”, “cada individuo es una singularidad y eso implica una mirada diferente sobre el mundo. En la riqueza y variedad de las perspectivas reside el encanto de la vida, precisamente lo que el pensamiento unicista y uniformador pretende borrar para imponer normas comunes”. “Nada más aburrido que una visión única de la vida”, agrega.

Lucrecia se entrevista con Rodríguez para Cultura/RegiónAntes, en la sala, había manifestado que la línea de su trabajo se inscribe muy lejos del cine de entretenimiento que impone la red comercial. Para ella es una evidencia que “el cine construye a fuerza de artificios (no refleja nada, insiste) una visión del mundo, sin moralismos ni fines doctrinarios”. Es una “gramática que permite algo interesante: cuestionar la percepción, la visual, fundamentalmente, que es la más domesticable”. Dice que “el sonido es más difícil de domesticar” y recupera como valor de su último filme el juego estratégico del sonido en general (dio una breve clase acerca de ese dispositivo tan complejo que es la banda sonora de una película). Las películas, para Martel, son un sistema de percepción que coloca al espectador en un lugar imposible que es el de quien dirige, lo que obliga a ver de un modo determinado. Mientras el cine comercial repite los esquemas normalizados y convencionales, el cine de autor pone al espectador en un lugar incómodo, porque desfamiliariza las percepciones domesticadas por la costumbre. Las clasificaciones y rótulos son rechazados por Martel. Le parece una falta de respeto a la individualidad cuando en las listas de cineastas sacan del orden alfabético común a las mujeres y las colocan bajo la denominación “cine de mujeres”. “Las categorías son móviles, el lenguaje puede organizar y prescribir pero en el cuerpo no funcionan las presiones, el deseo fluye y no es todo tan claro”, dice en consonancia con una noción de deseo que recuerda la del filósofo Gilles Deleuze. Con respecto a sus tres filmes confiesa que los pensó en forma superpuesta, tanto para La ciénaga, como en La niña Santa y La mujer sin cabeza confió en su memoria (lo más auténtico, según ella), en lo que no entendía o la molestaba (de ese pasado que rememoran tan bien las canciones seleccionadas) y que pretendió compartir con los demás. Además, está el hecho de que las realizó entre los treinta y cuarenta años, es decir, responden a una etapa de su vida. Le preguntan si volverá a filmar en Salta y con actores salteños. Responde que sí tiene pensado volver a Salta, luego de cumplir con su tarea próxima que es El Eternauta, pero “no se trata de incluir o excluir actores de Salta o porteños, se trata de la existencia de personajes que requieren una imagen determinada y es difícil conseguir el actor adecuado”, aclara, recordando la dificultad para encontrar una actriz para el papel principal (cuenta que se sometieron al casting, con mucha humildad, grandes actrices; el de Lala -que interpreta María Vaner en La mujer sin cabeza-, fue particularmente difícil pues ¡dónde se encuentra hoy una mujer de sesenta, setenta, que parezca en verdad tener esa edad!). ReflexionesLucrecia, dijiste que fueron los relatos orales los que dieron material a tu oficio, ¿cómo elegiste el cine para contar historias? Diría mejor que no lo elegí, el cine me eligió a mí. Hubiera sido más fácil si hubiera tenido talento para escribir. En el cine tenés que manejar tantas variables y responsabilidades con los demás, no estás sola como en la literatura. Me pidieron publicar mis guiones entre una serie de textos literarios y me negué. Los guiones son sólo textos con indicaciones para la filmación, no tienen consistencia literaria.Pero los diálogos son difíciles de componer, son construcciones literarias…Sí, el diálogo es lo más interesante del cine, lo más complejo, es lo que lleva a la puesta en escena. Sucede que cuando alguien habla convoca no sólo el tiempo del momento en que habla sino también el de la evocación que realiza. En el filme coexisten temporalidades, bueno, como en la vida cotidiana, después de Einstein no se puede creer en un tiempo lineal y en un espacio disociado del tiempo. La vida está hecha de tiempo.En algunas entrevistas que has dado, Lucrecia, se observa cierto desdén por la crítica y teniendo en cuenta lo necesaria que es en Salta, me gustaría que abundes sobre esta cuestión.

La cineasta charló con el público por más de dos horasSucede que entiendo la crítica como mediación entre la obra y el público y observo que hay dos tendencias dominantes, la de aquella crítica que se encierra en un discurso que sólo entienden unos pocos iniciados, por lo tanto no es mediadora, y la que se limita a calificar deshaciéndose en elogios, o a descalificar y eso tampoco sirve a nadie. Es decir, con qué derecho alguien califica o descalifica a otro. Si la crítica es un recurso del crítico para hablar de sí mismo y no de lo que el otro ha realizado, no sirve. No le encuentro gracia a la crítica que es cada vez más producto del mercadeo del cine.Tu cine ha sido calificado como crítico, en relación a cómo pone en evidencia los lugares comunes de la socialidad salteña ¿consideras que cumple una función política? (entendiendo esto fuera de lo partidario, claro).Todo ser humano que nace es bombardeado con una serie de imágenes que “naturalizan” su relación con el mundo desde una perspectiva que pretende ser única. Claro que hay una función política en mi cine si quiebra la narración lineal sin restituir un sentido y un fin predeterminados. Si yo filmara desde una concepción diferente, según la cual el cine “refleja” la realidad, algo que me parece imposible porque un filme es pura construcción y simulacro, me hubiera adecuado a un estado de cosas. No creo que mi generación pueda cambiar nada, pero cada uno desde su lugar debe intentar que algo pase en el otro, “des-domesticar” las percepciones del mundo.En Salta, cuando se habla de relatos orales, de lo que cuenta la gente, se remite de inmediato a “la tradición” de la que se apropia el tradicionalismo para ejercer cierto dominio.Yo diría mejor que tradicionalismo, el conservadurismo, que entre otras estrategias selecciona aquello que le permite promocionar a Salta mostrando sólo una parte de su gente, la de ciertos barrios, ignorando a otros, qué sé yo, la gente que vive cerca del basural tiene algo para decir, para contar, el turista que no es tonto puede no conformarse con el recorte brutal de la realidad de la ciudad y de la provincia que se hace desde la propaganda turística y buscar a esos otros silenciados y escucharlos.Es también un lugar común de los cineastas del llamado “nuevo cine argentino” que rechacen conformar un grupo; sin embargo, hay algo común en esa mirada que “desdramatiza” las situaciones cotidianas…Por cierto que existe una relación, ciertas líneas en común, esto de filmar lo próximo, lo cotidiano; a lo que yo particularmente me opongo es a que nos consideren un movimiento, como la Nouvelle vague, por ejemplo, porque no nos juntamos, no discutimos perspectivas en un café, es decir, no formamos un grupo.Quizás sea producto del individualismo a ultranza que ha ganado la sociedad en estos últimos tiempos…Sí, puede ser, el daño que se ha causado es enorme. Mi preocupación actual pasa por cómo se forman los jóvenes, qué leen. A veces basta que haya un profesor que te aparte de los hábitos para que algo pase con uno. Bueno, es el trabajo que tienen que hacer ustedes los docentes, ¿no?
Salta, 10 de agosto de 2008

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